Desde tiempos inmemoriales el dibujo ha sido siempre un medio de observación privilegiado. Dominador de temores, invocador de poderosas fuerzas secretas, exorcizador de demonios o convocante de protección benéfica y carga de poderes para iniciar lo casi imposible. Más tarde fue un recurso que permitía la investigación sistemática del mundo, un ejercicio consciente para definir la estructura externa e interna de las cosas, desentrañando y registrando curiosidades que facilitaban ser coleccionadas como tales en Cabinet de curiosités o Wunderkammer para ordenarlas en animalias o naturalias.
En el siglo XXI, el dibujo como ejercicio sensible de aprehensión del mundo ¿sigue funcionando como gesto de conocimiento? Trazo testigo de algo que ha sido visto o imaginado, huella de memoria/s. A veces materialización de un impulso, prueba de una percepción, registro de un incidente incierto, fugacidad emotiva. El arte contemporáneo le permite despojarse de responsabilidades y los artistas hacen de él un uso libre, su propia hoja de ruta, una distancia abismal entre la realidad y lo que la obra brinda. “Me gusta el misterio de lo sobrenatural” dice Candelaria Palacios y deshecha así el puro conocimiento científico para internarse en una interpretación afectiva del mundo, heredera de cierto poshumanismo, fascinada por lo que la rodea.
La hoja de papel funciona entonces como un espacio que se abre a una fuerte carga subjetiva, la línea ligera entreteje tramas y marañas reveladoras de mundos arcanos y mágicos. Tintas y grafitos, acrílicos, negros y blancos, gestos de la pintura china y cierto orientalismo, líneas azarosas (pero no tanto) sugieren la naturaleza y aquí y allá animales y seres fantásticos en perfecta armonía con su entorno. Apelan a la percepción de lo que sucede en secreto. Ahora la mano exige también la manipulación de la materia y la emergencia de lo apenas enunciado. La obra se extiende al espacio y revela, tajante, la sabiduría animal, el ojo que fija la mirada.